Instrucciones para escapar de la lluvia

 


Llueve. De un momento a otro el sol se ha ocultado, el cielo se ha atiborrado de nubes, la luz del día se ha tornado en tinieblas, y éstas –por acción de una compleja transmutación–, bajo un desmedido efecto de condensación, se han descuajado en multitud de gotas que se han lanzado, en caída libre, contra el mundo; sin que medie un gesto mínimo de piedad.

 

Gotas que, en su densa infinitud, terminan aplastadas contra todo lo que se les cruza o se les interpone en el camino: las copas de los árboles, los techos de las casas, las fachadas de los edificios, los prados de los parques, la carrocería de los autos y de los buses, los pisos de las aceras y la cabeza de la gente; gente que, entre agobiada y frustrada, ahora huye para no terminar salpicada por los restos de este desconcertante suicidio.

 

A pocos pasos de donde nos encontramos ahora, asombrados contemplamos cómo las calles se han convertido en ríos, y pronto los andenes se han llenado de todo tipo de domos, articulados con varillas, a los que el común de la gente denomina 'sombrillas’, pero que los más optimistas no tardan en corregir diciendo que se llaman ‘paraguas', y a los que el común de la gente –con devoción y total convicción– se aferra, sosteniéndolos con alguna de sus manos, como si de un escudo protector contra el caos se tratara.

 

En la atmósfera se respira ahora ese ‘aroma a húmedo’, tan característico de la lluvia. Que, en verdad, pensaríamos, es el suelo –y muchas veces la tierra– quien lo despide, tras ese choque crudo que propicia la lluvia, donde forzosamente se vive un cambio de temperatura.

 

El tráfico colapsa, las acciones cotidianas del día a día parecen entorpecerse, paralizarse; y ante esta repentina sensación de impotencia, más de uno quisiera escapar. Pero, no hay escape.

 

O bueno, sí lo hay. Pero no es como te lo imaginas.

 

Una de las formas de escapar de la lluvia, si estás en la calle, es buscar un café que esté cerca –o un establecimiento que se le asemeje–; entrar, buscar una mesa, ojalá junto a una ventana, donde puedas contemplar la calle y presenciar, en primera fila, junto con una bebida caliente, toda la acción o la puesta en escena que trae para ti la lluvia; mientras es posible que en tu cabeza resuene aquella vieja melodía consumada como ‘gotas de lluvia que al caer’. Otra forma sería, si estás dentro de tu casa o en un recinto cubierto, regocijarte con la música de la lluvia (que también trae su música), buscar una buena lectura o un buen libro y hundirte en él. Pero, en últimas, la mejor forma de escapar de la lluvia –y ésta suele ser la fórmula infalible– es disfrutarla, estés donde estés; pues, en medio de todo, la lluvia –a la par que el fútbol– no deja de ser un gran espectáculo.

 


 

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