Instrucciones para visitar un museo

 


Los museos son sitios fascinantes. Al margen de sus edificios o dependencias, muchas reconocidas por su valor histórico o arquitectónico, o la conservación o la exposición (convenientemente ordenada) de todo tipo de objetos –en su mayoría relacionados con la ciencia y el arte o los valores culturales–, los museos guardan curiosas semblanzas y particularidades.

 

Para empezar, si usted se aventura a visitar uno de estos sitios, es bueno que sepa que son de los pocos lugares en el planeta donde el visitante experimenta –fuera de toda explicación científica– una repentina 'congelación del tiempo'.

 

Como visitante, usted adquiere su boleto –usualmente a la entrada del museo–, tras haber padecido una larga y tediosa fila. Una vez dentro, tan pronto pone un pie sobre el tapete que le da la bienvenida, la impresión que sigue será la de estar dentro de una ‘cápsula hermética’, la que –con seguridad– sigue una ‘órbita’. Por eso, no se le haga extraño que experimente nauseas o mareo; tal vez, pesadez; o que de forma súbita se le nuble el entendimiento. Síntomas asociados con la 'parálisis espacio-temporal' de un museo.

 

Parálisis que percibirá en el aire, en el ambiente; asociada con los olores entrecortados que suelen atropellar a los visitantes, y que algunos describen como entre lo antiguo o lo que ha permanecido guardado por mucho tiempo.

 

Pasada la impresión del ‘congelamiento’, la sensación que sigue será la de una repentina marcha atrás en el tiempo. De ahí que, muy posiblemente, usted, al estar de pie, frente a una armadura del siglo XI, forjada en acero templado, se detenga a apreciar los detalles de su casco o su yelmo, para hallarse con que –por alguna extraña razón– no le resulta indiferente. Será entonces cuando en su mente se avive algún lejano recuerdo, algún destello de un pasado medieval.

 

En un museo, el visitante va por ahí, por las distintas salas o los distintos pasillos del lugar, acompañado –quizás– por uno que otro visitante y, en ciertas ocasiones, por un guía. Pero con guía o sin guía, los visitantes van como absorbidos por una especie de trance o sonambulismo, en un ambiente envestido –la mayor parte del tiempo– por un silencio emblemático. Cada quien se pasea por un cúmulo de objetos mudos, silentes, detenidos en el tiempo, a la usanza de un 'maniquí challenge' o de un cuadro de 'stop motion'.

 

La prisa del día a día, las citas, los compromisos; el ingreso puntual al colegio, al trabajo, a la oficina; el paso veloz por el supermercado, el banco, el consultorio; el reporte del tráfico, las congestiones en las vías, el abarrotamiento en el transporte masivo; en fin, sucesos del día a día. Pero en un museo no hay prisa, todo corre a otro ritmo. Es más, ni corre. Un frío pasa entonces por entre sus piernas, y puede ser uno de los tantos habitantes –no visibles– del lugar.

 

Si por estos días piensa en visitar un museo, tenga en cuenta estas consideraciones. Que no nos tomen por sorpresa dichas extrañezas y peculiaridades. “Soldado advertido, ríe mejor” o “soldado advertido, no quita lo valiente”, solía decir un abuelo que trastocaba los dichos.

 

Después de visitar un museo, tal vez la sensación final sea la de querer volver al presente. Salir de la ‘cápsula’ con la certeza de que nuestra vida presente va a cobrar un nuevo valor; o por lo menos, la vamos a ver con distintos ojos. La vida presente con sus escenarios y sus objetos cotidianos, como ese bus que ya se acerca y al que me tengo que subir...

 


 

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