Instrucciones para leer un libro

 

Ahí está tu libro. Descansa plácido sobre la mesa, sobre el anaquel o sobre la cama. Conserva ese aire de suficiencia que sólo tienen las cosas que se saben poseedoras de una virtud especial. Lo miras desde la distancia. Te le acercas. Lo tomas entre las manos. Quizás esté frío; sin embargo, siéntelo. Y como si se tratara de tu gato o de tu mascota, comienza por acariciarle el lomo; poco a poco. Ahora, percíbelo como si fuese una parte tuya; una extensión de tu cuerpo. Y ya en este punto, repara en sus detalles: la dureza de su cubierta, el diseño de su portada. Abre su tapa, siente el aroma de su interior; y haciendo a un lado todo prejuicio, sutilmente pregúntale: ¿Qué tienes para contarme?

 

El libro, ese conjunto de hojas de papel, generalmente impresas, encuadernadas y protegidas por una tapa o una cubierta, que forman un volumen y agrupan una elocuente y persuasiva exposición de ideas, es uno de los inventos más revolucionarios de los que se tenga noticia; quizás –y depende como se mire– sólo superado por la aparición del Internet.

 

La palabra libro proviene del latín ‘liber’, un término vinculado a la corteza del árbol; y que así mismo significa ‘libre’, ‘franco’, ‘independiente’. Y de acuerdo con la UNESCO, un libro debe tener 50 o más hojas para considerársele un libro; en caso contrario, se le considera un folleto; además, debe estar destinado para llegar a un gran público.

 

Un libro tiene facultades tan sorprendentes como producirnos emociones, inculcarnos valores, narrarnos todo tipo de historias, suministrarnos infinidad de enseñanzas, entretenernos; pero, por encima de todo, hacernos viajar con la imaginación. Si lograste hacer esa primera conexión con el libro que ahora tienes es tus manos, dar un segundo paso es comenzar a repasar con la mirada sus primeras líneas. Esas primeras letras, quizás apretujadas, que se siguen unas a otras en un primer párrafo, y que –también, poco a poco– van hilando una idea, un concepto, una descripción, tal vez absurda, que se concatena con otro absurdo y un absurdo más, para descubrir 30 renglones más abajo que todo ese absurdo no es más que una entera coherencia. Y es así como este nuevo ‘particular amigo’, o esta nueva ‘particular mascota’, termina –poco a poco– por atraparte, porque se hará inevitable que con cada nuevo párrafo, con cada nuevo renglón, quieras saber qué sigue, qué pasa, en qué va a terminar. Y justo ahí es cuando descubrirás que ya estás leyendo un libro.

 

Para cerrar, esta apreciación de John Berger en su libro ‘El Cuaderno de Bento’, descrito como un reflejo de cómo el arte puede orientar la mirada. Dice Berger: “La gente agarra los libros de una manera especial, diferente de como agarran cualquier otro objeto. No los sujetan como los objetos inanimados que son, sino como si se hubieran quedado dormidos. A veces los niños sujetan los juguetes del mismo modo”.

 


 

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