Instrucciones para caminar en la calle
La calle es asombrosa. Muchas de las historias que se suceden, en el día a día, comienzan o terminan en la calle. Y de no ser así, ésta es el medio, el vehículo o el detonante para que estas historias sucedan en otra parte: al interior de una casa, por ejemplo. Antes de la calle, todo acontecía en otros lugares; tal vez, más agrestes; o si se quiere, más naturales. Es así como un amplio margen de las historias sucedían en las praderas, en las montañas o en los desiertos.
Pero la vida ha cambiado un poco, y ahora más de la mitad de la población del mundo vive, o pasa su día a día, en las urbes. Y decir urbe es –de forma implícita– decir ‘calle’.
Pero, ¡ALTO!; que aquí bien vale hacer una precisión. Esa ‘calle’, a la que se hace referencia, no es el equivalente del término ‘calle’ en su significado de ‘sendero’ o ‘vía’: ese espacio lineal que permite la circulación de vehículos y que da acceso a las casas o a los edificios que se encuentran a cada lado. La ‘calle’, a la que se hace referencia, es ese concepto que recoge todo lo que permanece afuera del lugar en que vivimos, trabajamos o llevamos a cabo cualquier actividad. Todo lo que queda –o está– ‘allá afuera’, suma de: vías, andenes, plazas, parques, viviendas, comercio, edificios (el conglomerado de ese espacio simbólico y social, donde “se expone el poder y se expresan los contrapoderes”, como diría el historiador francés Maurice Garden): ésa es la ‘calle’.
Y salir a ‘caminar la calle’, sin un conocimiento previo, sin una preparación previa, puede convertirse fácilmente en un suceso tormentoso y hasta peligroso. Contrario a cuando se cuenta con el conocimiento y la preparación previa, que no cabe más que augurar una experiencia reparadora y hasta emocionante.
Para lo primero que debe uno prepararse, al momento de ‘abordar la calle’, es para esquivar ese enjambre de patinetas, bicicletas, motocicletas y vehículos de todo tipo, que se contonea por doquier. Y puede ser que aquí el sentido común y las normas dicten que las aceras, los cruces peatonales y los semáforos sean los elementos salvadores de la situación; pero en las urbes de hoy en día, no se está a salvo ni en los lugares destinados para estar a salvo.
Caminar en la calle, hoy en día, no sólo demanda ser precavido sino –así duela decirlo– desconfiado. Pues no puedes nada más ir por ahí y no ocuparte de mirar a lado y lado (y de paso: arriba y abajo; adelante y atrás). No puedes nada más ir por ahí y no tener presente que es muy distinta una zona de otra; muy distinto un sector en el día, que el mismo sector en la noche (la seguridad cuenta). No puedes nada más ir por ahí y no desconfiar de cuanto extraño se te acerque para ponerte charla. (Las madres de antes decían a sus hijos: “no hables con extraños”).
Sin embargo, pese a cuanto suceso negativo o desagradable se te plante para sorprenderte en la calle, la calle sigue y seguirá halando, teniendo un enorme atractivo. Porque la calle seguirá siendo, por supremacía, el espacio predilecto para la interacción social; para el encuentro y el descubrimiento; para soltarse, en un paso tras otro, y botar tu angustia, tu ansiedad, tu estrés.
Y si es así y la calle te seduce para dar un paseo, para salir por ahí y soltar unos pasos: hazlo bien. Camina con la cabeza en alto y los hombros hacia atrás, deja que el talón del pie toque el piso primero, mueve los brazos con naturalidad, mantén la mirada hacia adelante y lleva –en lo posible– unos zapatos cómodos.
La calle es asombrosa, ¿la sientes?
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